Ariel Bracamonte, el hijo de la asesinada empresaria, Myriam Fefer, admitió públicamente su homosexualidad. Pero aclaró que su madre nunca lo maltrató por ese motivo. Al ser entrevistado en el programa de TV “Punto final”, Ariel Bracamonte insistió que la desaparecida millonaria no lo maltrató al enterarse de su condición homosexual. “Tanto mi padre como yo podemos asegurar que mi madre no me golpeaba”, dijo.
Ante estas declaraciones de Ariel ¿Cómo no pensar en la posibilidad de un amor incondicional y casi sublime, por el ser que no solo le dio la vida, sino que además lo quiso por lo que es, sin importarle más nada? Y es que solo un gay, para entender a otro gay. Claro siempre y cuando se trate de una persona mental y afectivamente saludable, y no de un vicioso y despectivo periodista, quien tuvo el desatino (en medio de este calvario que le ha tocado vivir al bueno de Ariel) de llamarlo “El musculosito”. Subestimando de esta manera su existencia y por ende su lucha, por reivindicar la memoria de su madre y reclamar justicia. Pero en fin, en todo sitio “se cuecen habas”.
Y es que en sociedades como la nuestra, la idiosincrasia de los gays es muy clara con respecto a la madre. Nuestra progenitora por lo general, se convierte en nuestro “amor favorito”. Aun que luego en la adultez tengamos otros.
El vínculo afectivo entre el hijo gay y su madre es muy intenso. Y cuando uno crece ve a sus padres en general, como a seres vulnerables a los que hay que proteger. Como lo mencionan en la película de EL ARO. “…Las madres son Dios ante los ojos de los hijos”. Pero el sensible Ariel, aún estaba muy tierno afectivamente cuando le arrancaron a su primer amor. Ante esta pesadilla en la vida real de un “hermano”, no pude evitar preguntarme:
¿Qué tanto respetamos los procesos internos de otros? ¿Nos resulta difícil a los gays colocarnos en “el zapato de otro”? ¿Qué tanta calidad humana tenemos en el ambiente? Y si el espíritu solidario, de reconocimiento y compromiso para con miembros del gremio es solo una gran ilusión… entonces ¿Qué nos queda en el fondo? Finalmente me dije: cuando se trata un “gran amor”, al morir éste… ¿Se lleva nuestra capacidad de amar?
Ojalá Ariel vuelva pronto a soñar, ¿y saben qué? Me gustaría ser quien vele su sueño.